La desigualdad es un problema ético, moral, económico, social y también político debido a que atenta contra la gobernabilidad de cualquier país.
Desde su fundación como República independiente, el Perú ha sufrido el problema estructural de ser un país con enormes desigualdades entre sus ciudadanos. Es cierto que dichas disparidades se recibieron como herencia de la Colonia, pero poco se ha avanzado en generar una nación más justa con oportunidades para todos.
El presidente Pedro Castillo Terrones, en la ceremonia por el bicentenario de la creación del Ejército peruano, ha hecho un importante llamado “para reforzar todos unidos la tarea diaria de luchar contra las grandes desigualdades que aún tiene la patria, la pobreza, la injusticia social”.
La invitación del Mandatario peruano para convertirnos en un país más inclusivo y solidario es hoy más pertinente que nunca cuando la pandemia del covid-19 ha generado mayores brechas en la sociedad peruana.
Es cierto que, debido a un favorable ciclo económico mundial, el Perú avanzó en el combate de la pobreza por más de tres lustros antes de la pandemia, pero el progreso ha sido insuficiente y muy dependiente del precio que alcanzan nuestras materias primas en el mercado internacional.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la pandemia aumentó la pobreza en 10 puntos porcentuales. El efecto se puede observar tanto en Lima Metropolitana como en las áreas rurales. En la capital, el porcentaje de pobres aumentó de 14% en el 2019 a 27.5% en mayo de este año, mientras que en las áreas rurales se incrementó de 40.8% a 45.7% de la población.
Pero la desigualdad no solo es económica, sino que también se traslada a otras áreas. El centralismo es un problema estructural que se arrastra desde hace siglos. Durante el Virreinato, Lima fue el ombligo del poder político, económico y cultural. Por la forma de organización colonial, poco se podía hacer en el país sin los permisos de la burocracia capitalina.
Ante la carencia de un proyecto efectivo de desarrollo descentralizado de la economía durante la República, hoy tenemos que Lima continúa acaparando las principales actividades económicas, el poder político, los mejores servicios y oportunidades, razón por la cual concentra una mayor cantidad de población.
El perverso centralismo desconfigura la equidad en los servicios públicos y privados en las áreas de educación, salud y acceso a la justicia, entre otros sectores.
El acceso a internet, una herramienta vital para el desarrollo, grafica la asimetría de nuestra nación. Según el INEI en su informe del 2020, en Lima, el 62% de los hogares gozaba de este servicio y el 52% contaba con una computadora. Mientras que en áreas rurales solo el 5.9% tenía internet, y el 7.5%, un ordenador.
La desigualdad es un problema ético, moral, económico, social y también político debido a que atenta contra la gobernabilidad de cualquier país. Nuestra democracia debe ayudar a superar la enorme brecha, no solo económica, sino también de género, que enfrenta hoy el Perú.